PRÓLOGO
Desde el 1492, desde el encuentro entre los dos mundos, uno primó. El occidental se impuso y no sólo nos impusieron un sistema cultural, social, económico sino que también nos dijeron cómo debíamos acercarnos a Dios, como si nosotros no supiéramos acercarnos a Él. Así como:
Cuando los primeros evangelizadores llegaron a América, no reconocieron las semillas del verbo. Porque se encontraron con árboles grandes y frondosos, ¿Qué hicieron? Como no se parecían a los de sus semillas, los talaron. Son injustamente estos árboles talados los que aún hoy se resisten a morir.
Por eso, nosotros que en mayoría venimos del campo queremos y estamos intentando hacer posible una reflexión teológica que será propiamente la nuestra, ya que en nuestras danzas, en los mitos, en los ritos, en las tradiciones culturales, en nuestras celebraciones que muchas veces la iglesia dice que tenemos que purificar y que para nosotros encierran justamente contenido suficiente para una “Teología Indígena”. La teología de la Liberación habló con voz profética sobre el “pobre” en Latinoamérica, la falta de oportunidades, injusticias de este mundo , de la situación de nuestros pueblos que es contradictoria entre el destino histórico de Dios y la pobreza, pero quizá no precisó que justamente el “pobre” es: “El hombre y la mujer indígena o andino”, “El hombre y la mujer afro-peruanos”. Por eso el interés en ellos.
Remitiéndonos a ese encuentro entre los dos mundos nosotros asumimos la tradición oral de los Indígenas del pueblo Chaco y decimos que:
Al pueblo indígena, como al tronco de un árbol, lo hacharon, lo cortaron comieron sus frutos, lo dejaron por arbolito muerto…
Pero este tronco tenía raíces hondas… y después de tantos años… comenzó a brotar otra vez… nosotros mismos somos esos brotes, esas ramas nuevas… El árbol no estaba muerto…
Es importante recoger las impresiones, experiencias, vivencias y reflexiones de estas culturas nuestras, y yo de alguna manera aquí les presento un colibrí de reflexiones. Comienzo con la historia de Juan José, historia que se basa en hechos reales de quienes fueron enviados a la fosa común y no sabemos cuándo verán la luz. Me remontaré a 1492, fecha donde se dio el primer “encubrimiento” de estas tierras y de todo lo que contiene. Después vendrá el vivir entre estas dos realidades donde sigue dominando y otra rebelándose negándose a extinguirse, tomando conciencia de quién es el enemigo para transformar un sistema al que no se termina de resignar
a extinguirse. Finalmente compartiré con ustedes el último capítulo sobre el papel de la iglesia en todo esto. Espero que, de una u otra forma, lo que digo ayude a construir el Reino de Dios Padre y Madre.
Desde el 1492, desde el encuentro entre los dos mundos, uno primó. El occidental se impuso y no sólo nos impusieron un sistema cultural, social, económico sino que también nos dijeron cómo debíamos acercarnos a Dios, como si nosotros no supiéramos acercarnos a Él. Así como:
Cuando los primeros evangelizadores llegaron a América, no reconocieron las semillas del verbo. Porque se encontraron con árboles grandes y frondosos, ¿Qué hicieron? Como no se parecían a los de sus semillas, los talaron. Son injustamente estos árboles talados los que aún hoy se resisten a morir.
Por eso, nosotros que en mayoría venimos del campo queremos y estamos intentando hacer posible una reflexión teológica que será propiamente la nuestra, ya que en nuestras danzas, en los mitos, en los ritos, en las tradiciones culturales, en nuestras celebraciones que muchas veces la iglesia dice que tenemos que purificar y que para nosotros encierran justamente contenido suficiente para una “Teología Indígena”. La teología de la Liberación habló con voz profética sobre el “pobre” en Latinoamérica, la falta de oportunidades, injusticias de este mundo , de la situación de nuestros pueblos que es contradictoria entre el destino histórico de Dios y la pobreza, pero quizá no precisó que justamente el “pobre” es: “El hombre y la mujer indígena o andino”, “El hombre y la mujer afro-peruanos”. Por eso el interés en ellos.
Remitiéndonos a ese encuentro entre los dos mundos nosotros asumimos la tradición oral de los Indígenas del pueblo Chaco y decimos que:
Al pueblo indígena, como al tronco de un árbol, lo hacharon, lo cortaron comieron sus frutos, lo dejaron por arbolito muerto…
Pero este tronco tenía raíces hondas… y después de tantos años… comenzó a brotar otra vez… nosotros mismos somos esos brotes, esas ramas nuevas… El árbol no estaba muerto…
Es importante recoger las impresiones, experiencias, vivencias y reflexiones de estas culturas nuestras, y yo de alguna manera aquí les presento un colibrí de reflexiones. Comienzo con la historia de Juan José, historia que se basa en hechos reales de quienes fueron enviados a la fosa común y no sabemos cuándo verán la luz. Me remontaré a 1492, fecha donde se dio el primer “encubrimiento” de estas tierras y de todo lo que contiene. Después vendrá el vivir entre estas dos realidades donde sigue dominando y otra rebelándose negándose a extinguirse, tomando conciencia de quién es el enemigo para transformar un sistema al que no se termina de resignar
a extinguirse. Finalmente compartiré con ustedes el último capítulo sobre el papel de la iglesia en todo esto. Espero que, de una u otra forma, lo que digo ayude a construir el Reino de Dios Padre y Madre.
Creo en un iglesia de Jesucristo, no de los hombres del cielo; me (nos) resisto (imos) a creer en una iglesia de jerarquías, una piedra que lejos de representar la palabra de Cristo representa un sepulcro que impide la prédica para servir a una élite eclesiástica, creo en una iglesia que se preocupe por los “insignificantes” para que dejen de serlo y ocupen el lugar que les corresponde
y como dice: Nuestro amigo, Mons, Oscar Romero.
“Me alegra, hermanos, que nuestra Iglesia sea perseguida precisamente por su opción preferencial por los pobres y por tratar de encarnarse en el interés de los pobres… Sería triste que una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre sus víctimas también a sacerdotes. Son el testimonio de una iglesia encarnada en los problemas del pueblo… La iglesia sufre el destino de los pobres: la persecución.
Se gloría… de haber mezclado su sangre, de sacerdotes, de catequistas, de comunidades con las masacres del pueblo y de haber llevado siempre la marca de la persecución… Una iglesia que no sufre persecución sino que está disfrutando de privilegios y del apoyo de la tierra, esa iglesia, tengo miedo. No es la verdadera iglesia de Jesucristo”.
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